El Mundo | Autor: Redacción | 23-01-2021
La nueva cepa del virus es un 30% más mortal
En los mayores de 60 años

La variante, detectada por primera vez en ese paÃs, ha aumentado hasta un 70% el ritmo de contagios. Uno de cada 35 londinenses está infectado, según los últimos datos.
Boris Johnson ha querido lanzar él mismo el nuevo aviso. La variante del virus detectada en el Reino Unido no solo es mucho más contagiosa, sino que comienzan a recabarse “evidencias” de que sería aún más mortal. Un 30% más en los mayores de 60 años. Lo explicaba a continuación el científico jefe del Gobierno británico, Patrick Vallance: “En la población de 60 años o mayores, de cada 1.000 personas infectadas son 10 las que pueden morir por la enfermedad. Con la nueva variante del virus, ese riesgo se eleva a 13 ó 14 personas”. El asesor de Johnson ha señalado que “las pruebas no son todavía muy firmes”, y que las cifras siguen arrojando incertidumbre, pero suponen un “motivo de preocupación”. Hasta ahora, ha querido señalar Vallance, esa mayor mortalidad no se ha visto reflejada entre los pacientes hospitalizados.
¿Por que se detecto esta cepa en Gran Bretaña? La considerable superioridad científica de los británicos cuando se trata de secuenciar genomas puede explicar este hecho. Covid-19 Genomics Consortium (Cog-UK, en sus siglas en inglés) surgió de la colaboración y cofinanciación de Public Health England (Sanidad Pública de Inglaterra, el órgano gestor del sistema público de salud), la fundación Wellcome Sanger Institute y hasta 12 instituciones académicas. Durante toda la pandemia, Cog-UK ha secuenciado la historia genética de más de 150.000 muestras del coronavirus. Prácticamente, la mitad de las secuencias realizadas en todo el mundo. “Si algo va a descubrirse, es muy probable que lo descubras primero en el Reino Unido”, ha explicado a la BBC Sharon Peacock, la directora del organismo.
El ministro de Sanidad británico, Matt Hancock, fue el primero en dar a conocer al mundo la existencia de una variante británica del virus. El 14 de diciembre, en una comparecencia ante la Cámara de los Comunes, apuntó someramente a un nuevo factor que iba a dar un vuelco inesperado a las previsiones y estrategia del Gobierno de Johnson en su lucha contra la pandemia. Los británicos todavía confiaban entonces en poder disfrutar de un paréntesis navideño. Las medidas de restricción iban a relajarse, hasta el punto de que, en algunas zonas del país, hasta tres domicilios distintos podrían juntarse para celebrar comidas familiares. “Debo insistir en que, hasta la fecha, nada indica que esta nueva variante agrave las consecuencias de la enfermedad”, dijo Hancock, cuando el temor seguía siendo únicamente que los contagios se dispararan hasta un 70% más. Junto a ese cálculo, el ministro expresó su convicción de que las vacunas —que habían comenzado a distribuirse seis días antes— mantendrían su eficacia con la nueva variante. Pero no ocultó la preocupación del Gobierno.
Un día antes, el 13 de diciembre, se habían detectado 1.108 casos de la nueva cepa en 60 localidades diferentes, todas ellas en el sureste de Inglaterra. Kent, Essex, Hertfordshire... y Londres. Sobre todo, Londres. Nueve millones de habitantes. 13 millones en todo el área metropolitana, en un entorno de movilidad extrema. Cog-UK había detectado las 17 mutaciones del virus a mediados de septiembre, pero pasaron dos meses y medio hasta que las evidencias señalaron claramente la gravedad de la amenaza. Y estaba claro que, si se tenían localizados un millar de casos, serían miles más los que ya se habrían producido.
El Gobierno de Johnson volvió a aferrarse a su estrategia regional y gradual. Impuso en Londres el Nivel 3 de alerta. Restaurantes, bares y pubs cerrados, con la excepción del servicio a domicilio. Reuniones al aire libre con un límite de seis personas. Recomendación de trabajar desde casa. No iba a ser suficiente, como se iba a comprobar de inmediato.
Al día siguiente de la comparecencia de Hancock, las dos principales publicaciones médicas del Reino Unido, British Medical Journal y Health Service Journal, publicaron un editorial conjunto (la primera vez en 100 años) en el que imploraban al Gobierno que no relajara las restricciones durante las Navidades. “Si no modificamos la trayectoria actual, los hospitales de Inglaterra tendrán cerca de 19.000 pacientes con covid-19 el día de Nochevieja”, advertían. La cifra final, registrada el 1 de enero, fue de 22.534 camas hospitalarias. Y a principios de esta semana, el número total de pacientes con covid-19 era de 37.535 en todo el Reino Unido. Un ingreso nuevo cada 30 segundos.
Johnson anunció el 4 de enero un tercer confinamiento nacional. Las consideraciones económicas, siempre presentes en la búsqueda de un equilibrio en la estrategia contra el virus, quedaron definitivamente aparcadas. La prioridad era salvar la capacidad de respuesta del Servicio Nacional de Salud (NHS, en sus siglas en inglés). Se registraban casi 60.000 nuevos casos diarios de infectados. “No confiamos en que el NHS sea capaz de hacer frente a este incremento de pacientes sin que se emprendan medidas drásticas. Existe un riesgo real de que los hospitales de varias zonas se vean saturados en los próximos 21 días”, habían advertido horas antes, en un comunicado conjunto, los cuatro directores médicos jefe de Inglaterra, Escocia, Gales e Irlanda del Norte.
El cerco se estrechaba, y Downing Street tuvo que ceder en lo que hasta entonces había sido el último sector intocable: colegios y universidades. “Todos los colegios de educación primaria y secundaria permanecerán cerrados, y se impartirá la educación por vía telemática”, anunció Johnson. La nueva variante del virus se transmitía a una velocidad especialmente rápida entre los menores. Sobre todo, entre los adolescentes.
La campaña de vacunación, que el Reino Unido inició casi un mes antes que el resto de Europa, se ha convertido en una carrera contra reloj. No entraba en los cálculos de ningún Gobierno que el virus acelerara su velocidad cuando se comenzaba a ver en el horizonte la línea de meta.
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