Espectáculos | Autor: Redacción | 15-11-2018
33º Film Fest
El cine de Léos Carax osciló entre lo poético y lo inclasificable, destilando una belleza extraña que lo destacó entre los cineastas de su generación. Su visita al Festival permitirá reencontrarse con las imágenes imborrables de una obra fascinante. Desde su primer film, Boy Meets Girl, hasta el último, Holy Motors.
Nació en 1960 como Alexandre Christoph Dupont, y siempre soñó con el cine. Su infancia y adolescencia transcurrieron al mismo tiempo que la Nouvelle Vague se consagraba en el mundo. Con las letras de su primer nombre y las de Oscar –por el premio de Hollywood– llegó al definitivo Léos Carax. “Siento que nací en 1976 en una sala a oscuras. Fue como si hubiera dormido durante diecisiete años, y por eso me renombré”, confesó alguna vez. Dejó la escuela secundaria a los 16, y de su Suresnes natal se fue a París, todavía shockeado por haber visto por TV Las damas del bosque de Bolonia, de Robert Bresson, con aquellos diálogos poéticos para nada realistas del trasgresor Jean Cocteau. Fue el prólogo de su paso por el periodismo cinematográfico, y de su corto noir que tituló Strangulation Blues (1979).
Su primer largometraje fue Boy Meets Girl (1984) que, como todas sus obras, habla de las relaciones humanas y sus padecimientos. Una nueva generación se sacudía con historias de jóvenes angustiados por su propia explosión hormonal, en tiempos que exigían cambios. Y el cine de Carax capturó ese ánimo, encarnado por Denis Lavant, su actor fetiche en cuatro de sus cinco películas y en el memorable episodio Merde, del tríptico Tokyo! (1998).
Mala sangre (1986), protagonizada por Juliette Binoche, Denis Lavant y Julie Delpy fue distinta. Cuenta la historia del STBO, una enfermedad de jóvenes que se contagia por culpa del sexo sin emoción ni compromiso. Con ella, Carax desafíó la esclerosis del viejo cine francés. Sus personajes eran jóvenes, como él, y no se asustaban al mirarse en el espejo.
En Los amantes de Pont Neuf (1991), Alex, un marginal acróbata y alcohólico convierte en habitación un balcón del puente sobre el Sena, donde próximo a su manta, otro ciruja veterano y de mal talante le provee de amistad, consejos y ampollas con droga. Todo va bien hasta que aparece Michelle (Juliete Binoche), que pinta y dibuja, y se engancha a primera vista con el saltimbanqui -Lavant, alter ego del cineasta que entonces se estaba enamorando de la joven y ascendente actriz-. Una historia de amor bizarro en medio de la indigencia, a las corridas por los pasillos del metro, y con una vuelta de tuerca que termina con una acción desatada por el amour fou, y un happy end para tanta oscuridad.
Su siguiente incursión volvió a sorprender. Pola X (1999), según un relato de Herman Melville, cuenta la historia de Pierre, un joven escritor que huye de su mansión natal, del calor de su madre burguesa, del fantasma de su padre diplomático, y de su prometida, para meterse en una París marginal, desafiar a todos con un amor incestuoso, en un entorno de inmigración rusa que pervive en ruinas fabriles e impulsa la acción violenta. En este relato audaz –con Guillaume Depardieu como el escritor y Catherine Deneuve como su madre– aparecerá Ekaterina Golubeva (visitante del Festival de Mar del Plata en 1996) con el personaje de una hermanastra depresiva, sin un euro y también en fuga, que ya se había convertido en la nueva pasión de Carax.
Una década después, en 2008, la productora Anne Pernod-Sawada lo convoca, igual que a Joon-Ho Bong y Michel Gondry, para Tokyo!, un tríptico relacionado con la ciudad capital de Japón. El resultado es Merde, poco más de media hora acerca de un ciruja -Lavant, nuevamente-, que surge de las cloacas de Tokyo, donde hay tanques de guerra y cajas con granadas abandonadas, solo para hacerle la vida imposible a los transeúntes. El mediometraje es memorable por su tratamiento del absurdo, del humor negro y de la ironía absoluta, un extremismo que supera el ridículo del trazo hiperrealista, para abordar la inmortalidad de lo repulsivo.
La vuelta de Carax al largometraje fue con todo: Holy Motors (2012) le permitió hablar acerca de la vida y de la muerte, recorrer París –el visible y el invisible–, con todos los homenajes que uno pueda imaginar a sus cuentos anteriores, que emocionaron a quienes la vieron en Cannes y Sitges, donde fue premiada. En ella, Lavant encarna a una docena de personajes distintos, que cumplen con el arte de emprender misiones muy singulares, siempre a bordo de una suerte de mini motorhome de rodaje, una tremenda performance que concluye con Kylie Minogue cantando.
“Hacer una película es un secreto que se evapora poco a poco”, explica. “Si yo supiera componer, el 50% de los diálogos serian reemplazados por música, sobre todo en las escenas nocturnas… Hago cine porque es lo único que no me acompleja”, dijo hace poco.
Mientras tanto, esperamos para 2019 su primera película en inglés, el musical Annette, acerca de un comediante que enviuda de una cantante de ópera y queda a cargo de su hija de dos años. Estará protagonizada por Adam Driver y Michelle Williams. A tener paciencia.
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