EDITORIAL | Autor: Andrés Maslyk | 31-01-2021
Cien años de perdón
El café del Domingo
Recostado en una silla, aprovechando el deck gastronómico, el periodista local reflexionaba sobre lo que sigue, en un complejo año, cruzado por las elecciones de octubre, con una oposición desdibujada, manejada desde la nación por la Cámpora, y capeando el frÃo de la gente, incluso en el clima de enero, que se asemeja a estar cerca de un témpano. Fuentes cercanas a Axel K. dicen que la ciudad está perdida, al menos en estos dos años venideros. La oposición, todavÃa guardada por la pandemia, no se anima a salir a discutir los temas básicos de la ciudad. El oficialismo de acá (oposición de allá) se mueve con cierta soltura, invitando a los lÃderes nacionales (Larreta se paseó tranquilo, todo el fin de semana por nuestras costas) y evitando confrontar con el gobierno provincial, de cuyos fondos depende la golpeada economÃa local. "Peguen por arriba del cinturón", dijo el lÃder polÃtico, "pero cada tanto si se les escapa una por abajo veremos que pasa". Del otro lado del ring side, ni contestan.
Alguien que sabe que se está quedando con lo ajeno, que a su vez no era del presunto tenedor legítimo del bien, viene siendo como un polarizador de hechos negativos. En matemática sabemos que menos por menos da como resultado algo positivo. Los ladrones, mediocres, traidores y corruptos, que se apropiaron de lo ajeno para un singular beneficio mezquino, saben que las horas están contadas. La sentencia del pueblo va a promulgarse, más antes que después, y cada cosa volverá a su lugar.
Hay un nuevo orden. Se percibe dentro del desorden reinante. Cada día la gente digiere menos el vidrio molido que le mezclan con la polenta, disfrazado de AUH, IFE, o retenciones indebidas de ganancias. La película está avanzada y todos estamos esperando el descenlace.
Calma, estimado, lector. Apenas termina enero de un año que promete de todo.
Coming soon. Estamos de vuelta para recordarle (por si lo había olvidado) que las cosas tienen que volver legítimamente a su dueño. En democracia, afortunadamente, hemos aprendido que apropiarse de las cosas con violencia, o mediante actos delictivos, puede dar un fruto de placer cercano, pero a la larga transforma la vida en algo tedioso, infeliz. Ejemplos sobran.
El periodista cerraba su portatil, pagaba el cafecito y se preparaba para atender otra semana dificil.