EDITORIAL | Autor: Lic. José Luis Dranuta | 23-10-2019
Barrio privado
El hecho de vivir
Hace tiempo me ronda la idea de ir a vivir a un barrio privado. La privacidad me permitiría, entre otras cosas, alejarme de la gente a la que no considero segura a mi alrededor. Yo soy un tipo seguro, y por ende, debería vivir junto con los “seguros” habitantes de un barrio privado. Entonces me surgen algunos cuestionables argumentos, por ejemplo, los servicios domésticos. Las personas que desarrollen tareas domésticas dentro del barrio privado deben estar lo suficientemente descontaminadas de la humanidad peligrosa que rodea al barrio privado. O sea, deben ser lo suficientemente pobres como para “servir” a los que vivimos adentro del barrio, lo suficientemente alejados de los pobres que no son dignos de servirnos y lo suficientemente distantes de toda ideología ajena a la meritocracia: si ellos se esfuerzan, seguro podrían vivir en un barrio privado (siempre esperando que el esfuerzo les lleve mucho tiempo, pues es muy duro cambiar de servicio doméstico).
El pobre que sirva en el barrio privado debe llegar en colectivo hasta la puerta, entregar documentación, aguardar un examen fino de consciencia y, en caso de ser aceptado, permitírsele caminar tres o cuatro kilómetros hasta mi domicilio. Al fin y al cabo caminar es bueno para la salud y nosotros debemos velar por la salud de quienes nos sirven.
Hay otras cuestiones que me preocupan y me orientan a vivir en un barrio privado: hablemos de la seguridad. En un barrio que tenga alambre de púas en su cerco perimetral, una fosa, alambre tejido, sensores y alarmas, mis posesiones estarán a resguardo. Y mi familia, de paso, también. Aquí la duda me surge respecto a quiénes serán las personas encargadas de administrar y llevar adelante las tareas de seguridad. Deben ser lo suficientemente honestos para no corromperse con los pobres del exterior que tienen malas intenciones y lo suficientemente discretos para no mirar mis posesiones. De paso deben ser lo suficientemente “eunucos” para no enamorarse de ninguna persona del servicio doméstico, pues la relación de connivencia podría ser nociva para la seguridad.
Necesitamos entonces de personas pobres, dignas y resignadas que quieran servir y vigilar el barrio privado. Aquí también tenemos que velar por los proveedores que ingresan al barrio; el tercer gran motivo de mi desvelo. Verduleros, carniceros, panaderos, y otros, deben ser lo suficientemente honestos, eunucos y responsables para ingresar al barrio y no mancharlo ni contaminarlo. La seguridad del barrio privado es, innegablemente, uno de los puntos por los que me he de decidir a vivir en su interior. De paso, me digo a mi mismo, es bueno que mis hijos se mezclen solo con aquellos otros hijos de gente como uno, que cultiva valores inclusivos, nacionales y genuinos, creyendo en el trabajo como herramienta para el desarrollo y la meritocracia como eje del ascenso social.
No creo que tenga muchos más motivos de desvelo. Algunos menores, como el instructor de tenis (que aparte puede terminar seduciendo a mi mujer), el personal administrativo del barrio, los arquitectos, los gremios que vayan a construir las casas de mis vecinos seguramente deberán ser seres íntegros, que valoren la seguridad, tanto como yo.
Finalmente doy por descartado que algún vecino del barrio privado sea corrupto o criminal. De hecho no creo que alguien que viva en un barrio privado sea capaz de organizar robos en combinación con alguno de los “peligrosos” que mencioné anteriormente. De la misma manera supongo que ninguno de los que vivirán en mi barrio privado tiene procesos penales, ha sido partícipe necesario de algún homicidio u otro delito como robo, cohecho o extorsión. En todo caso, mis vecinos desean vivir tan seguros como yo.
Ahora sí, despejadas todas mis dudas, creo que deseo mudarme cuanto antes. No sé bien a dónde.