EDITORIAL | Autor: Lic. José Luis Dranuta | 24-04-2019
Maldiciones de burro no llegan al cielo
Deseo y venganza
"Deseo que se muera, de una vez, por todo lo que me hizo sufrir", se escuchó decir en la mesa del al lado del café. La connotación de la frase englobaba mil posibilidades diferentes, tal vez más. Cada uno sabe a quién le desea la muerte inmediata, si fuera posible, esta misma noche. Todos acumulamos suficiente rencor como para arrogarnos el derecho de pedir una calamidad para el prójimo dÃscolo, aquel que nos traicionó, estafó, mintió, nos puso cuernos, o simplemente se fue. El tema es que el universo no funciona asÃ; lo que deseamos o no, lo mismo da. La cosa sigue su curso y a la corta o a la larga, la entropÃa se lleva todo puesto hacia la nada. Los cultores de la grieta, los "progres" y los "chetos", los ofensores y los ofendidos, en el largo plazo, no seremos. Al fin y al cabo, no somos nada.
Un títere de Cristina pide a gritos que vuelva 678 por cadena nacional y que truene el escarmiento para los neoliberales chetitos que gobiernan el país. Un señora derechosa pide a gritos pena de muerte para Cristina por Facebook, y que devuelva lo que robó. Un hombre desolado pide que se muera su mujer mañana mismo (en rigor su ex mujer, que lo dejó por otro) y una señora regordeta pide que se muera su novio porque la engaña. San La Muerte no da a basto con tantos pedidos, pero lo cierto es que si todos los deseos fueran concedidos la tierra sería el doble de cómoda porque la mitad de los seres humanos no existirían; en definitiva, desde que Caín mató a Abel las posibilidades de la humanidad son el cincuenta por ciento.
La Cámpora pide la muerte del Gato Macri y los retrógradas de derecha la muerte de la vieja mala de Hebe de Bonafini. Tal vez, el mundo sin estas dos personas fuera un tanto más habitable, pero la lógica indica que ese no es el camino.
Así las cosas, y como decía la abuela Amalia, desde el barrio madrileño de Cuatro Caminos, en la pos guerra civil española, cuando todo era muerte y desolación entre familias rojas y nacionales, "malidiciones de burro no llegan al cielo". Y el cielo de Madrid le guiñaba un ojo, porque no siempre tenía razón.