EDITORIAL | Autor: Andrés Maslik | 20-01-2020
Ahora que nos besamos tan despacio
Ahora...
Hace más de una mes, más precisamente el 1 de diciembre de 2019, el ex presidente Eduardo Duhalde declaró en un importante medio nacional algo temerario y apocalíptico: "Si Cristina y Alberto se pelean, se acabó y esto termina mal”. El ex mandatario peronista vaticinó un escenario negativo si los líderes del próximo (ahora actual) gobierno tuvieran diferencias, cosa que todos sabemos que tienen, pero nadie se anima a ponerlas en el tapete. De hecho, el viaje de Cristina fuera del país habilitó el piñón fijo de resoluciones y decretos de dudoso consenso, palabra que con picaresca elegimos porque es del gusto de don Eduardo, devenido en consejero espiritual de la patria y el movimiento. Ahora Cristina y Alberto se dan un beso, con recelo, en la mejilla. Ahora la nación espera porque no les cree. Y ellos, tampoco.
Duhalde fue terminante cuando, en aquella ocasión a la que nos referimos al principio de esta editorial, resaltó la necesidad afrontar los problemas y los errores, Para eso, hay que “desterrar eso de echarle la culpa al otro”, dijo y agregó: “Todos tenemos la culpa de lo qué pasó en la Argentina. Hay que decir la verdad: la culpa la tenemos todos y entre todos tenemos que ver cómo se sale. La gente nos elige para resolver los problemas del presente”.
Cierto y falso, la gente elegió con bronca, ignorancia, amor, esperanza, desapego, rencor, liderazco, convicción, conveniencia y una lista muy larga que no podríamos enumerar comprensivamente en este párrafo. La gente, hace mucho, dejó de ser masa para pasar a ser una suma millonaria de individualidades, que es algo muy distinto al ser o no ser del hombre masa frente a la inexorable lucha de clases.
"Ahora que nos besamos tan despacio, ahora que aprendo bailes de salón", reza la prosa de Sabina. Ahora Alberto y Cristina aprenden bailes, en los que vamos un par de pasos adelante, acompasados, esperamos, retrodecemos, hacemos un corte y una quebrada. El tango es la parodia del sexo, y el sexo es la parodia de la muerte, se oyó decir, alguna vez, en tono de reflexión. Cristina lo sabe porque es buena lectora. Alberto también.
Protagonistas de su propia novela, cual si se tratase de la remixada de Onur y Sherezade, con las Mil y Una Noches por venir, los argentinos nos sentamos a ver una y otra vez, la misma tira. Aquella sabemos como termina, esta, lamentablemente, no.